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Jugar con sentido desde el cerebro: por qué las primeras experiencias importan tanto.

  • Foto del escritor: Eduardo Santos
    Eduardo Santos
  • 13 oct
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 13 oct

Las primeras podas neuronales: cómo el juego moldea el cerebro infantil


Durante los primeros años de vida, el cerebro infantil atraviesa un proceso fascinante y decisivo: las podas neuronales. En esta etapa, el cerebro elimina las conexiones que no se usan con frecuencia y refuerza las que sí se activan constantemente. Es una especie de “limpieza inteligente” que busca hacer más eficientes las redes neuronales.En palabras simples, lo que los niños hacen y viven cada día esculpe su cerebro.

Desde el nacimiento hasta aproximadamente los seis años, el cerebro se encuentra en su etapa más plástica. Esto significa que cada experiencia cuenta: moverse, cantar, tocar, explorar, mirar, o incluso aburrirse, son momentos donde el cerebro organiza, conecta y fortalece rutas que luego serán la base para el aprendizaje, la atención, la memoria y la regulación emocional.

En este periodo, el juego es una de las actividades más ricas para el desarrollo cognitivo y emocional. No se trata solo de entretenerse: al jugar, los niños integran movimiento, emoción y pensamiento. Por ejemplo, cuando un niño corre para atrapar una pelota, activa su sistema motor, su atención visual, su coordinación y sus emociones al mismo tiempo. Esa combinación estimula la maduración cerebral de manera integral.

El juego como constructor del cerebro

Diversos estudios respaldan esta idea. Cadenas (2024) señala que las estrategias lúdicas en la educación inicial estimulan la memoria, la atención y la flexibilidad mental, generando aprendizajes más duraderos. Castillo y Herrera (2025) complementan que el juego favorece la creatividad y el razonamiento, permitiendo que los niños aprendan con emoción, lo que fortalece las conexiones neuronales.

Esto ocurre porque las emociones positivas —como la alegría o la curiosidad— liberan neurotransmisores como la dopamina, que facilitan la consolidación de la información. Cuando un niño disfruta lo que hace, aprende mejor. Y cuando ese disfrute se repite, las redes cerebrales que lo acompañan se vuelven más fuertes y estables.

En los primeros años, los juegos sensoriales y de movimiento (entre los 0 y 3 años) son esenciales: explorar texturas, gatear, balancearse, apilar objetos, o cantar canciones con gestos ayudan a construir las bases de la atención y la percepción. Entre los 3 y 6 años, el juego simbólico (jugar a la mamá, a los médicos o a los superhéroes) cobra protagonismo, como lo demuestran Guerrero y Tineo (2023). Este tipo de juego permite a los niños representar la realidad, ensayar roles sociales y desarrollar pensamiento abstracto. En el cerebro, esto se traduce en una mayor conexión entre las áreas del lenguaje, la memoria y la regulación emocional.

Lo que pasa en casa y en los jardines

Las experiencias familiares diarias también tienen un papel decisivo en la formación del cerebro infantil. Rojas y Hernández (2024) mostraron que el juego entre padres e hijos mejora el desarrollo cognitivo y la autorregulación emocional. Cuando un adulto juega con un niño, no solo lo estimula: le transmite seguridad y confianza, dos factores esenciales para que el cerebro se atreva a explorar y aprender.

Por eso, actividades simples como cocinar juntos, leer un cuento o inventar historias son más poderosas de lo que parecen. En esos momentos, los niños aprenden a esperar, a tomar turnos, a escuchar, a imaginar y a resolver problemas. En los jardines infantiles, el juego también cumple una función clave: permite aprender sin presión, fortaleciendo la curiosidad natural. Contreras y Muñoz (2018) destacan que el juego inclusivo promueve la participación de todos los niños, fomentando la empatía, la comunicación y la convivencia, lo que también tiene un efecto directo en el desarrollo de las funciones ejecutivas en la corteza prefrontal, el área donde se regulan las emociones y la conducta.

Jugamos con sentido

En DuduPlay entendemos que cada experiencia lúdica es una oportunidad para fortalecer el cerebro y el corazón. Por eso diseñamos talleres donde el movimiento, la emoción y la creatividad se integran para favorecer el desarrollo de las funciones ejecutivas, la atención y la autorregulación.

Cada salto, canción o historia compartida deja una huella en la estructura cerebral del niño, ayudándole a construir las habilidades que necesitará más adelante: pensar, decidir, convivir y aprender con sentido. Las primeras podas neuronales no son una pérdida, sino una oportunidad: el cerebro elimina lo que no usa para potenciar lo que realmente importa. Y lo que más importa en la infancia es jugar, moverse, explorar y sentirse amado.

Referencias

 
 
 

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